Iba yo a reírme un buen rato con la noticia de la boda de San Sebastián que acabó en pelea porque unos eran de Valladolid y muy españoles, y los otros vascos y muy vascos (ya no se va a poder casar uno con alguien de fuera ah ah ah ah), cuando me entero de esa multitudinaria fiesta de Halloween en Madrid que ha acabado con la vida de tres chicas, sino cuatro o cinco.
En la contienda entre vascos y vallisoletanos (todos muy españoles por mucho que se empeñen los periodistas en decir lo contrario) no debió de correr la sangre y eso es un alivio porque entonces puedes reírte a gusto. De las bodas, en primer lugar, espectáculo cómico por excelencia donde la gente se gasta un pastón para dar una horrible tripada a sus seres queridos (!) y pasar una mala noche. La boda de la pelea fue nada menos que en el Hotel Londres, primera línea de playa en la esquina más codiciada de San Sebastián. Y en segundo lugar, para reírte por la pelea (¡mira que nadie hizo un miserable video con la cámara de fotos...!) porque te los imaginas a todos con corbata, pedos perdidos y haciendo el memo, es decir, gritando o posicionándose sobre lo más pueril que circula en estos tiempos de crisis (mental) y que ha circulado siempre por las mentes más cortitas: que unos son de aquí y los otros son de un poco más allá.
Lo de las macrofiestas es mucho peor. Muchísimo peor. Si un país no sabe divertirse, como para saber organizarse. Cuando se autoriza una fiesta Halloween de Tecno-música (¿alguien sabe qué es eso?) para diez mil adolescentes en un recinto deportivo, y la organización es española, muy española, ya te lo puedes imaginar. El horror no es de ficción, es de verdad.
Mientras veo estas noticias en los periódicos que infectan internet, oigo en la radio que ARTUR MAS ha ido a Moscú con todo un séquito de políticos y empresarios (españoles todos) a ver si le compran por allí la INDEPENDENCIA de Cataluña. ¡Por todos los santos!
Mañana vuelvo a los post de cine. Que por muy malas que sean las películas, siempre te queda el consuelo de decir cuando acaban, que la historia era de mentira. Y que lo español que salía en ella era una ficción como otra cualquiera: un dato que había puesto el guionista para anunciar el esperpento.