miércoles, 10 de diciembre de 2014

767. EL CONCIERTO POR BANGLADESH, AGOSTO 1971



Mientras que el concierto de Woodstock (verano del 69) te produce un subidón de moral y el de Altamont que veíamos la semana pasada (diciembre del 69) te mueve a la reflexión sobre las contradicciones del gran movimiento musical y juvenil de los años sesenta, el concierto por Bangladesh, en que reaparecían en el escenario los dos Beatles secundarios después de la larga y penosa disolución del grupo acaecida en 1970, da más pena que otra cosa. No sé a quien se le ocurrió lo de utilizar el gran revulsivo juvenil y revolucionario de la música para hacer caridad, pero me da que la cagó. El famoso concierto del verano del 71 en el Madison Square Garden de Nueva York suena como a un cambio de dirección en la historia de los grandes conciertos en el sentido de lo que lo que va a importar de ahora en adelante no es ya tanto el despertar de la conciencia de una generación, como la conducción, dirección o explotación nostálgica de las masas que habían logrado aglutinar.


En el Madison Square Garden no pudieron entrar más que 40.000 personas pero con el pretexto de que era un concierto benéfico me imagino que las entradas serían caritas. Aparte de ello se vendió el disco y se hizo la película que vimos la semana pasada -por cierto, con muy mala calidad acústica-, todo lo cual contribuyó a hacer de ese concierto otro momento mítico, pero como digo, tristemente mítico.


La apertura del concierto no pudo ser más guiri. La idea de meter la música tradicional india en el sarao sesentero pop rock del star system acabó nada menos que con el público aplaudiendo la afinación de los instrumentos del grupo de Ravi Shankar como si ya hubieran tocado una pieza (ja ja ja). Menos mal que a Harrison no se le ocurrió ayudar a las víctimas del franquismo porque lo mismo hubiera puesto en el escenario a un grupo de flamenco y todavía no nos habríamos repuesto del sonrojo.


Con una presencia bastante discreta en la conducción del concierto, lo que sí consiguió Harrison fue poner junto a él nada menos que al gran ausente de Woodstock, es decir, el deseado Dylan. Pero a aquellas alturas del guión y tras un década de gloria (y algunos golpes sobradamente conocidos), Dylan estaba ya más curtido que una burra vieja y su actuación carece de la más mínima emoción. Eric Clapton se estaba rehaciendo después de haberse pasado de droga y sólo Leo Rusell o Billy Preston animaron un poco el escenario. El núcleo del concierto lo constituyen algunos de los grandes temas de Harrison en  la última etapa de los Beatles y los más que aceptables temas de ALL THINGS MUST PASS, mucho más interesantes de escuchar, sin embargo, en la soledad de una audición en casa que no con la marchita de un escenario cargado de músicos y con un Harrison disfrazado con el traje blanco de Lennon.


Había oído tanto hablar de este concierto que tenía ya ganas de verlo y aunque haya tenido que esperar más de cuarenta años, la experiencia ha valido la pena. Y es que aunque las sensaciones hayan ido del lado de la tristeza, al menos te pone en la pista de lo que la música empezó a ser después de aquellos increíbles años sesenta: un gran negocio lleno de tiburones que de vez en cuando oficiarían de Teresas de Calcuta.