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jueves, 31 de diciembre de 2015

798. HABLAR (6). DEL CINE A LA PINTURA


Con las conversaciones me pasa últimamente como con las películas: que si no se mantiene un buen  ritmo cómico o dramático, bostezo, me aburro y no hago otra cosa que pensar en cuándo me levanto de la silla. Y lo tengo crudo pues por lo que veo en los comentarios y las críticas de cine, la gente tiene mucho más aguante que yo. Se tragan cualquier petardada y encima dicen haberlo pasado bien.

Item más: mientras el cine es una obra de creación que permite todo tipo de ajustes y correcciones, las conversaciones son obras de la improvisación, un arte que, como sé muy bien por mi paso por el jazz, necesita de todo tipo de tópicos o frases hechas para conseguir cerrar una intervención.

Durante mucho tiempo he solucionado mi problema a base de hablar más que nadie. La única forma de no aburrirme en una conversación es hablar yo y hablar yo. Algunas veces funciona; no me aburro; pero al acabar la conversación tengo una sensación muy molesta de haberme pasado mucho. Y de ser un maleducado (véase spyp 347). Por suerte no siempre es así, porque últimamente siempre me topo con alguien que quiere hablar más que yo -no sé muy bien si para no aburrirse o no, pero tanto da.

Debería revisar ese tipo de cine lento y parsimonioso, a veces plúmbeo, como el de Antonioni por ejemplo, en el que apenas pasa nada. En el que la esencia no es lo que pasa o lo que se dice sino tan sólo la puesta en escena de una atmósfera, una sensación, unos estados de ánimo, una pintura muda. Ah, sí, la pintura, ese arte sin palabras que tengo tan abandonado. Quizás debería volver a él también. Aunque solo fuera para hacer de cada conversación un cuadro.



martes, 16 de junio de 2015

783 HABLAR POR ESCRITO




Siempre he tenido cierto complejo de culpabilidad por practicar la "escritura coloquial", es decir, esa forma de redactar frases muy sueltas y poco atornilladas. Pero desde los chats para acá la" escritura coloquial" parece cosa antigua y hasta académica, y sería mejor decir que ahora "se habla ya por escrito". El acercamiento entre escritura y habla podría empezar a necesitar de un verbo nuevo: el escriblar, o el hablabir" -a elegir según nos venga mejor en la conjugación: "luego te escriblo" o "ya lo hablabiremos".




domingo, 11 de marzo de 2012

356. HABLAR (IV). LOS SILENCIOS




La primera vez que tuve noticia de la existencia de los silencios en las conversaciones fue en un escrito de Félix de Azúa sobre su visita a Ernst Jünger. Con la habilidad en él característica, lo debió de mencionar como algo extraordinario y así me lo pareció a mí. Pero el caso es que yo nunca lo he visto ni experimentado y apenas puedo imaginar cómo es. Y tiene narices la cosa, que no podamos imaginar el silencio. Porque evidentemente, ese tipo de silencio al que me refiero aquí no es un vacío, una nada, una falta de comunicación -tan fácil de encontrar alrededor con solo echar una mirada a algún matrimonio aburrido en la mesa de un restaurante. El silencio del que hablaba Azúa creo que tenía más que ver con el dicho de "ha pasado un ángel", aunque tampoco lo imaginé así. Lo del "paso del ángel" viene a cuento de que a alguno le sale una expresión tan profunda o poética que deja en suspenso la conversación. Pero como decir algo poético o algo profundo, las más de las veces suena a pedantería, preferimos dejarlo para la escritura, o para un verso -si nos da por eso. Bueno, pues como ya no pasan ángeles y ni se habla con hondura o en verso, los silencios en las conversaciones podrían ser sospechosos de falta de ideas o de cálculo en lo que se va a decir. De falta de espontaneidad. No lo sé muy bien, pero ahora me llegan noticias desde Alemania de que los silencios en las conversaciones son de verdad, así que prometo estar atento y saber de qué van.

Y hablando de silencios, no sé si os habréis dado cuenta pero desde hace un montón de semanas llevo escribiendo aquí todos los días. Y como escribo con la misma facilidad y despreocupación con que hablo, me estoy empezando a plantear hacer algún silencio. A ver como suena.

martes, 6 de marzo de 2012

351. HABLAR. EL VOLUMEN



El gran Grandez (Jesús Martínez Rández, en el centro de la foto), mi viejo profesor de dulzaina (ese instrumento popular tan estridente), solía contar que, en cierta ocasión, tocando las dianas matinales en las fiestas de un pueblo, se le acercó un tipo con resaca del día anterior para pedirle que por favor tocasen más bajito, que le dolía la cabeza. Rández le enseñó con sorna la ruda boquilla de la dulzaina y le dijo: mira majo, esto no es como la televisión, que tiene un mando para subir o bajar el volumen. Si soplas y le das presión, suena, y si no hay aire ni presión, la dulzaina no suena.

Por fortuna eso no pasa con la voz humana, que puede ir desde el susurro al grito, aunque por lo que últimamente se ve alrededor, me da que a la gente le está enseñando a hablar algún profesor de dulzaina. Vale que las madres les griten a los niños porque no les hacen más que trastadas, y que de esa guisa los niños salgan gritones. O que los maestros griten en clase para hacerse oír, y que los adolescentes salgan de clase como si les hubiera mordido un perro. Pero en algún momento de su vida (pongamos que con el bachillerato) alguien debería enseñarles que la voz es como la televisión, y que hay que ponerla justo al volumen para que te pueda oír la persona a la que te diriges y no la que está un metro más allá.

¿Será cosa también el inventar un medidor de alcance de la voz y hacer pruebas, a ver si así se aprende a hablar al volumen adecuado? Porque ¿cómo hacer saber si no a los que van por la calle hablando a voz en grito, o a los que están en la mesa de al lado en el restaurante como si estuvieran echando un mitín, que sus conversaciones no te interesan lo más mínimo y te molestan una barbaridad? ¿Se puede inventar un sencillo aparato para eso? ¿o un signo universal como sacar una tarjeta amarilla, agitar un pañuelo, o algo? Y ya no digamos lo que pasa en los centros de trabajo donde has de compartir espacio y necesitas cierta concentración. No es por dar ideas (que de gratis nada), pero lo mismo arreglando el asunto del volumen de la voz, aumenta la productividad, y resolvemos la crisis. Toma nota Rajoy.



sábado, 3 de marzo de 2012

348. HABLAR. UNA HISTORIA EN VAASA, FINLANDIA

Nos sucedió en Vaasa, Finlandia. ¿Que donde está Vaasa? Uf, altísimo. Mirad. Tiene que hacer un frío que no veas.


Fue en un viaje del Colegio de Arquitectos haciendo la ruta de las obras más importantes de Alvar Aalto. En el LHD hay un par de artículos de enero y febrero del 2008 (PUNTO DE INFLEXION y SORPRESAS AALTIANAS) sobre mis cambios de opinión que aquel viaje me produjo respecto de Aalto. Pero no es de arquitectura de lo que tratamos aquí sino del habla.

Elegimos para comer un restaurante con muy buena pinta instalado en el casco de un viejo barco de madera anclado en el frente marítimo. Guardo una foto del mismo:


y lo he localizado ahora con google earth. Está donde he puesto el puntito amarillo.


Cuando nos sentamos apenas había nadie, y todo apuntaba a una comida muy tranquila, acorde con la atmósfera finlandesa que vivíamos esos días. Pero mientras mirábamos la carta me di cuenta de que en la zona central del barco-restaurante (justo a la derecha de la foto que conservo y aquí pongo) había dispuesta una mesa para unos doce comensales. Oh no, pensé, adiós paz, nos van a arruinar la comida.


No habían pasado ni cinco minutos cuando vimos entrar a un nutrido grupo de señoras mayores y de mediana edad que me hicieron pensar por lo bajo... ¡lo único que nos faltaba! ¡encima, todas mujeres! Como en el momento de sentarse apenas se las oía pensé que serían de alguna secta religiosa y que estarían esperando la bendición de la mesa o algo así, pero cuando empezaron a comer, el silencio del grupo seguía siendo sobrecogedor porque sólo se oía de entre todas una voz y muy suave. Hablaba una y escuchaban once. Cada vez.

Arruinarnos la comida no, nos la hicieron inolvidable. Creo que no he vuelto a ver eso en ninguna parte del mundo.

Guardo de recuerdo una foto que le hice a la camarera en la que se ve a alguna de las mujeres de esa mesa ejemplar. Fue en junio de 1998 y estrenaba yo uno de los primeros modelos de cámaras digitales, una voluminosa SONY que almacenaba las fotos en diskettes. Como la camarera no sabía qué era, le hice una foto, se la enseñé y se quedó encantada. Ahora esa foto me sirve para ilustrar fragmentariamente la extraordinaria mesa de la conversación a doce que vimos allí.




viernes, 2 de marzo de 2012

347. HABLAR. PORCENTAJES



Desde que internet ha multiplicado la comunicación por escrito, hemos empezado a olvidarnos de hablar y  la cosa lleva trazas de convertirse en un problema grave. Por si fuera poco, al habla le pasa como al aire o como al agua, que es gratis y hay por todas partes, de manera que nadie lo ve como problema. Pero hablar hablar, hablar bien y pasarlo bien hablando, cada vez menos. Doy fe. Llevo dándole vueltas al tema desde hace meses y hasta buscando bibliografía en internet, pero todo lo que encuentro son manuales de hablar en público o tratados de autoestima y seducción. Nada que valga la pena.

No sé, veo que al final voy a tener que escribir algo sobre el habla, o hablar sobre el habla (porque cada vez escribo más como hablo...). Observaciones sencillas, como por ejemplo, la del porcentaje de habla y escucha. Ahora que hasta en los partidos de fútbol se lleva la cuenta del tiempo que cada equipo está en posesión del balón, deberían de inventar algún chismecillo de los que reconocen la voz para que en cada conversación se pudiera establecer el porcentaje de cada cual. Y si por ejemplo, uno se pasa del 60 o el 65 por ciento, el aparatito debería avisar para cortar el rollo.

Aunque el chismecillo en cuestión seguro que se escacharra cuando sean más de tres los que se junten a hablar. Pongamos que cuatro. El porcentaje saludable de cada cual tendría que estar entonces entre un 20 y un 30 por ciento. Pero hete aquí que para un hablador medio español se hace tan cuesta arriba tener que aguantar callado y escuchando entre un 80 o un 70 por ciento del tiempo de una conversación, que enseguida se pondrá hablar con el que menos atención preste al que estaba hablando primero o que más cerca suyo esté, y se montarán dos conversaciones a la vez.  En tal caso sería bueno que el chismecillo emitiese un pitido como de árbitro, piiiiiiiiii, ¡alto el juego!. Nada me irrita más últimamente que en una conversación entre cuatro personas se monten dos conversaciones a la vez, (seguramente porque siempre tiendo a pensar que la otra conversación es mucho más interesante que la mía ja ja ja). En casos de cinco, seis o más personas, la algarabía que se monta suele ser de cuidado. No hay más que ir a un restaurante para comprobarlo.




miércoles, 14 de diciembre de 2011

274. HABLAR BAJO

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Ya no sé cómo decirlo, cómo enseñarlo, cómo contarlo. Supongo que en voz baja, aquí a escondidas, en este blog, entre tú yo. Pero ahora que se habla tanto de la crisis de la enseñanza en España creo que sé por qué es: porque nadie enseña a hablar bajo.

Hace unas semanas una de mis hijas me contó que cogió un tren en Ginebra camino de Neuchatel y que en una de las paradas se subió un grupo de estudiantes. Llevaba puestos unos auriculares para escuchar música en su iPod pero ante el sorprendente espectáculo del vagón de tren con grupos de estudiantes se los quitó porque no podía dar crédito a lo que tenía delante: ¡hablaban tan bajo que quería escuchar el silencio que había en el vagón!

Ayer estaba yo corrigiendo en un aula compartida, un espacio inmenso de veinticinco metros por ocho. A diez metros de distancia había una profesora jovencita dando clase a una sola alumna frente a un ordenador. Hablaba tan alto que no podía yo concentrarme en mi trabajo y les pedí por favor que hablasen bajo. ¡Pues tendré que pedir otra clase a la jefa de estudios porque yo estoy dando clase y no tengo por qué estar pendiente de hablar bajo! -me contestó enfadada.

Lo de ir al cine lo he dejado por imposible, pero lo peor es que tampoco se va a poder ir a un restaurante en este país, porque si quieres tener una conversación con tu acompañante tienes que hablarle a gritos para conseguir que te oiga por encima de las conversaciones a todo volumen de las mesas de al lado.

Por favor, pasad la voz. Contad estas historias. Pero bajito. Que no se entere nadie.
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