sábado, 3 de marzo de 2012

348. HABLAR. UNA HISTORIA EN VAASA, FINLANDIA

Nos sucedió en Vaasa, Finlandia. ¿Que donde está Vaasa? Uf, altísimo. Mirad. Tiene que hacer un frío que no veas.


Fue en un viaje del Colegio de Arquitectos haciendo la ruta de las obras más importantes de Alvar Aalto. En el LHD hay un par de artículos de enero y febrero del 2008 (PUNTO DE INFLEXION y SORPRESAS AALTIANAS) sobre mis cambios de opinión que aquel viaje me produjo respecto de Aalto. Pero no es de arquitectura de lo que tratamos aquí sino del habla.

Elegimos para comer un restaurante con muy buena pinta instalado en el casco de un viejo barco de madera anclado en el frente marítimo. Guardo una foto del mismo:


y lo he localizado ahora con google earth. Está donde he puesto el puntito amarillo.


Cuando nos sentamos apenas había nadie, y todo apuntaba a una comida muy tranquila, acorde con la atmósfera finlandesa que vivíamos esos días. Pero mientras mirábamos la carta me di cuenta de que en la zona central del barco-restaurante (justo a la derecha de la foto que conservo y aquí pongo) había dispuesta una mesa para unos doce comensales. Oh no, pensé, adiós paz, nos van a arruinar la comida.


No habían pasado ni cinco minutos cuando vimos entrar a un nutrido grupo de señoras mayores y de mediana edad que me hicieron pensar por lo bajo... ¡lo único que nos faltaba! ¡encima, todas mujeres! Como en el momento de sentarse apenas se las oía pensé que serían de alguna secta religiosa y que estarían esperando la bendición de la mesa o algo así, pero cuando empezaron a comer, el silencio del grupo seguía siendo sobrecogedor porque sólo se oía de entre todas una voz y muy suave. Hablaba una y escuchaban once. Cada vez.

Arruinarnos la comida no, nos la hicieron inolvidable. Creo que no he vuelto a ver eso en ninguna parte del mundo.

Guardo de recuerdo una foto que le hice a la camarera en la que se ve a alguna de las mujeres de esa mesa ejemplar. Fue en junio de 1998 y estrenaba yo uno de los primeros modelos de cámaras digitales, una voluminosa SONY que almacenaba las fotos en diskettes. Como la camarera no sabía qué era, le hice una foto, se la enseñé y se quedó encantada. Ahora esa foto me sirve para ilustrar fragmentariamente la extraordinaria mesa de la conversación a doce que vimos allí.