viernes, 23 de marzo de 2012

368. HUGO - 2011 - MARTIN SCORSESE



Hace una semana decía que Tangled no empalagaba, y como volvimos a verla (...porque la presidenta del cine club se durmió en el primer pase, je je) descubrí que el secreto está en el tipo de muñecos con que se hacen las películas de animación de ahora, unos muñecos mucho más reales que los viejos dibujos pero no tan reales como los actores de carne y hueso, quienes de haber interpretado un cuento así seguro que empalagarían y mucho. Durante la mencionada revisión hice el ejercicio de imaginar las poses y gestos con dibujos o personas y veía que no podrían funcionar de tan perfecta a como ha sido hecha.

Con Hugo (2011), de Scorsese, ya sabíamos que la historia era peor que un cuento malo de Dickens con tropecientos autohomenajes al cine (lo que es más cargante que un Woody Allen), y que encima los protagonistas eran de carne y hueso, así que nos pusimos a verla sin temor a aburrirnos. Pero cual no sería nuestra sorpresa cuando de bostezos nada. ¿Qué es lo que salva entonces la película? Ah, la arquitectura. La arquitectura, hermanos. Solo por ver reconstruida la estación de Montparnasse y todo el barrio de alrededor ya vale la pena verla. Y lo de las maquinarias internas de los relojes y otras instalaciones de la estación, o la belleza de los autómatas de comienzos de siglo, seguro que tendrá muchísimos fans de mentes más mecánicas que la mía.

Desde luego que es patético contar una historia tan tontita cuando se disponen de todos los medios del mundo para hacer cine, por lo que..., se me ocurre que..., al hilo de las grandes ideas del sPyP con las que empezaba ayer... ¿por qué no prescindir de una vez por todas de los arquitectos y dejar que sean los grandes directores los que hagan nuestros edificios y ciudades?