lunes, 31 de octubre de 2011

243. LA GENTE NO LEE PORQUE NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

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No hace mucho que desde Kirchhorst, Ernst Jünger me escribía: “Acabado: las cartas de Erasmo, un regalo que me hizo el astrónomo Lindemann. Muchas de estas epístolas, especialmente las de la juventud, están empapadas de un concentrado aroma ciceroniano y eso es algo que a mí me molesta siempre en las cartas. El fuego retórico no consigue hacernos entrar en calor, y el vano gusto de hablar destruye el elemento comunicativo, el cual ha de formar siempre el núcleo de las cartas. No deja de ser molesto, para quien recibe cartas escritas de esa manera, el notar que el autor se ejercita en pasos de esgrima a costa nuestra”.

Por mi parte, a vuelta de correo, le contesté: “Hubo un tiempo, no muy lejano, en que las casas de los hombres no eran objeto de comercio ni de espectáculo. También debió de haber algún tiempo en que el cuerpo de los hombres no era objeto de records ni de mercado. Y que del mismo modo, debió de haber también un tiempo en que ni el artificio ni el vacío tenían cabida en la palabra del hombre”.

Jünger se escandalizaba de que ese vacío hubiera llegado incluso al ámbito de la correspondencia personal, lo que me dio pié a responderle: no debes de preocuparte en absoluto, Ernst, pues mientras la banalidad llega hasta los rincones más íntimos, hay ya escritores, como tú mismo, que en el espectáculo de la edición han conquistado pequeñas posiciones para devolver a la palabra su grandeza y su ser. Fíjate –le dije-, tú y yo no nos conocemos y ni siquiera nos hemos escrito jamás, pero gracias a Radiaciones, día a día me has dado más ánimo y valor, y aún, más calor, que toda la correspondencia junta recibida últimamente.

Hoy la mercadería de la palabra, a pesar de mover miles y miles de millones y organizar esos gigantescos tenderetes en la ciudad del Main, siente nostalgia de los tiempos en que no tenía competencia. Este mismo año que viene, el mercado de los cuerpos y los records y el mercado del propio mercado, van a humillar en Barcelona y Sevilla a Literatura.

Los Gil Calvo, Javier Pradera y demás voces que hablan por voz de los jefes de edición, seguirán describiendo y analizando una y otra vez las causas de su retroceso e incluso se atreverán a proponer estrategias para recuperar terreno para el negocio de la palabra. Volverán a la carga con más y más cuadernillos en los que se les preguntará por enésima vez a los escritores ¿por qué escriben? ¿cuándo escriben? ¿cómo escriben? ¿con qué escriben? ¿a quién imitan cuando escriben? Y otras fruslerías parecidas. Lo que nunca preguntarán, porque esa es la pregunta que destruye el negocio y el espectáculo, es ¿a quién escriben?

“Muchas cosas ha experimentado el Hombre / A muchas celestiales ha dado ya nombre / Desde que somos Palabra-en-diálogo / Y podemos los unos oír a los otros”.

Cuando el escritor se mira en el público del mercado o de la historia está tan perdido como los arquitectos de las revistas de moda, tan atolondrado como el atleta que ha conseguido la medalla, y tan vacío como el comerciante del stand. Ya no oye nada y nada comunica. Ya no es palabra-en-diálogo. Ya no escribe a nadie.

Y nadie lee, porque es nadie quien le escribe.

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Me entero hoy mismo de que ayer, en el Periódico de Extremadura, un profesor de Filosofía (doctor nada menos), escribió un artículo en el que me citaba (así, como quien no quiere la cosa) entre Saramago, Sánchez Ferlosio, Feuerbach y Guy Debord. Toma ya.

¿Qué he hecho yo para merecer ésto? Al parecer escribir un artículito allá por octubre de 1991 (joderrrrr, ¡hace veinte años!) con un título que parafraseaba el de aquella novela de García Márquez: LA GENTE NO LEE PORQUE NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA.

Tecleaba entonces con un Amstrad de pantalla verde y no había mails. Supongo que conseguí publicarlo en la extinta revista Archipiélago y que habrá sido ése el cartero que algún día se lo habrá llevado al profesor extremeño.

He tenido que buscarlo entre viejas carpetas y picarlo de nuevo para satisfacer mi curiosidad. ¡O para ser yo el destinatario de mi carta! Porque es curioso y divertido, pero uno puede escribirse cartas a sí mismo a través del tiempo: porque está claro que yo no soy aquél, ja ja ja ja (como en la canción de Raphael pero al revés).
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