jueves, 22 de abril de 2010

112. BERNARDINO LOPEZ DE CARVAJAL

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Me quedan ya pocos articulillos de los publicados por el sabio de Narbarte en la fenecida Factual. Este que traigo hoy aquí tiene unas costuras algo apresuradas sobre los tres discursos y un final un poco raro y cortante, pero eso es lo de menos. Digo yo que es mil veces mejor perderse entre cualquiera de las líneas de un texto de Gil Bera que leer miles de artículos canónicos con planteamiento, nudo y desenlace.

Don Bernardino fue personaje importante en TORRALBA (ver pag 125), su gran novela mosaico de la Roma de los Borgia y los Reyes Católicos, y tiene página (flojucha) en la wiki, pero no he encontrado retrato suyo por lo que ilustro este cuento con la foto de la Catedral de Plasencia donde debió de perorar mucho. Qué Vds lo disfruten:

TRES SERMONES DE LO MISMO

por Eduardo Gil Bera

Se cumple este mes el 520 aniversario del estreno del Sermón de Baza, interpretado por su autor, Bernardino López de Carvajal, en Roma, ante el papa, el colegio cardenalicio, el cuerpo diplomático, y un mar de curiosos y aficionados. Con el título Sermo in Commemoratione Victoriae Bacensis, la pieza fue best seller en 1490 y los años anteriores al descubrimiento de América.
El público no sólo estaba formado por degustadores del arte sermoneador, sino también por ciudadanos de la capital del mundo que se iban a enterar de las últimas noticias y de qué iba a pasar, porque vista la milagrosa facilidad con que se ganó Baza, se vaticinaba un nuevo orden mundial, ahora que se disponía del arma invencible de las bulas y las indulgencias, y era preciso decidir qué hacer con el mundo entero, porque la pregunta gorda era si entre los infieles había verdaderos derechos de propiedad, jurisdicción y gobierno.
Carvajal era entonces obispo de Badajoz, asesor del papa, embajador de los Reyes Católicos y muy papable según todos los sondeos. Empezó el sermón recordando a quienes decían que, dado el caso de que los territorios de los infieles no fueran quitados a los cristianos, como hicieron en España, los infieles podrían tener derechos de propiedad, jurisdicción y gobierno. Y si dichos infieles hiciesen la guerra o quisiesen arrastrar a su secta a los cristianos, el papa los corregiría, porque todas las criaturas racionales le están sometidas. Y, pese a todo, dichos infieles seguirían teniendo derechos. Eso decían algunos sabios benevolentes. Pero Carvajal los citó sólo para tirar adelante y emprender el crescendo fervoroso que tanto apreciaban los aficionados. Y sostuvo grandemente que no, que los infieles no tenían derechos legítimos, porque desde que llegó Cristo, todo dominio y gobierno les había sido quitado, y desde entonces no son dueños, sino tiranos; los cristianos les pueden quitar sus reinos con las armas, como a intrusos e injustos poseedores, en cuanto lo mande el vicario de Dios, soberano de la tierra y de sus contenidos. Sólo los cristianos han heredado el dominio y gobierno de la tierra, y los turcos ni siquiera son justos dueños de la última aldea de Turquía. Las bulas e indulgencias son las licencias para quitar legítimamente a los infieles los dominios que ocupan injustamente.
Aunque los argumentos de Carvajal sonaban un tanto sesgados y problemáticos, ya en 1490, nada les ha impedido seguir vigentes hasta hoy, sólo con retoques de digodiego. Porque todas las guerras razonadas redundan en la convicción de poder quitar derechos y dominios a quien no los posee legítimamente (y puede ser vencido con el armamento disponible). Para animar a los dubitativos, Carvajal citaba un pasaje de Salustio (Cat. II, 4): imperium facile iis artibus retinetur, quibus initio partum est (es fácil retener el imperio con las mismas artes que se inició). Es notable que si, en vez de imperio, se pone una biensonancia como democracia, la frase se deja esgrimir casi como Yes we can. Salustio predicaba contra la degeneración, ese tópico senil tan apreciado por Stuart Mill, cuyo sermón de la libertad (On liberty, IV) termina así de belicoso:
Si la civilización derrotó a la barbarie cuando ésta poseía el mundo, no es de temer que la barbarie, tras haber sido derrotada en buena lid, reviva y conquiste la civilización. Una civilización que pueda sucumbir así ante su enemigo batido, tiene que haberse vuelto tan degenerada que ya ninguno de sus predicadores y maestros designados, ni ningún otro, tenga la capacidad, o quiera tomarse el trabajo, de defenderla. Si es así, cuanto antes reciba semejante civilización su notificación de desahucio, mejor. Sólo puede ir de mal en peor, hasta ser destruida y regenerada (como el Imperio de Occidente) por bárbaros enérgicos.
Aquí abajo cumple decir, contra Salustio, Carvajal, y Mill, que ningún imperio, régimen ni civilización se mantiene mediante las artes que lo inician. Pero siempre gustará creer que el hombre es bobo para el hombre.