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Empezaremos la semana con un Gil Bera. Ya me quedan pocos, ay ay. Habrá que ir a Narbarte a por provisiones... Ojo con el título de éste, no equivocarse. Y como siempre, leer despacio y releer varias veces para sacarle el jugo, mmmmm
¿QUEDAMOS?
La ilusión literaria de “quedar” mediante la edificación de poemas y columnas, ese delirio encarnizado de apilar palabras para que sostengan más rato un nombre, ¿de dónde habrá salido? El dios patrono de la manía es Hermes, que también inspira a ladrones, mentirosos, comerciantes, periodistas, literatos y agrimensores. Su nombre viene de herma, que es pilar de piedra en griego.
Que un pedrusco más o menos aparente pudiera ser promocionado a dios olímpico ha sido considerado estupefaciente por helenistas de talla. Pero se entiende más, si la piedra se pone en su contexto. El siglo pasado asistí a un deslinde de fincas que culminó con el levantamiento ceremonial de un mojón. Los propietarios llegaron cada uno desde su terreno, campo a través, como si no hubiera camino. Después de calcular la intersección de la línea de la peña de poniente con la del castaño de levante, señalaron el sitio, cavaron, y depositaron en lo más hondo unos trozos de teja —la teja es símbolo de propiedad desde los romanos— que llamaron “testigos”, cada colindante trajo los suyos. Por fin, plantaron el mojón. Una vez erigido el monumento, surgió el relajo, y los miembros de los dos bandos dejaron de cuidar qué terreno pisaban. Emprendieron todos juntos el regreso monte abajo. Entonces J., propietario rústico e inocente de letras desde su tierna infancia, declamó, en honor del artefacto que se quedaba solo, el verso mas antiguo de la humanidad, la madre de todas las metáforas y comparanzas: “¡Ahí está, que parece un hombre!”
Si el principio amojonante ya parece un hombre, como dijo el poeta, además uno fidedigno y constante, ya tiene el perfil requerido para ser un dios. Y no es raro que los textos más antiguos se confiaran a hombres de ese estilo, si acaso un poco más acicalados. En la civilizacion mesopotámica, donde primero se empleó la escritura, el soporte original eran hitos y estelas, que pasaron de señalar linderos, a describirlos; y de amenazar con maldiciones divinas a quienes los alterasen, a contener códigos hamurábicos. Los pilares de piedra se estilizaron, adquirieron todavía más traza humana, y enseguida acogieron las crónicas y anales inscritos que debían informar a la posteridad o a los dioses. La fórmula introductoria solía ser:
“Oh, estatua, a N. (tal dios, los tiempos venideros…) di cómo conquisté, puse en cultivo o edifiqué tal cosa.”
Se percibe el nacimiento en la misma pedrada de la prosa gubernamental y de los dietarios, progenitores de nuestro “Querido blog, dile al mundo que hoy la he visto y me ha mirado”.
La forma mojonera se ha mantenido a lo largo de los siglos. Entre la columna de Trajano y la de la Virgen del Pilar, entre un haiku y una entradilla, no hay diferencia esencial de formato. El género también dispone de mártires propios, los estilitas, aquellos columnistas que se subían a grandes pilares solitarios y permanecían en lo alto de su opinión como letras indecisas durante años.
Otros, más temerosos de la intemperie, pegaban sus papiros en los fustes de la columnata del foro, donde publicaban los versificadores del tiempo de Horacio:
“A los poetas no les permiten la mediocridad los dioses, ni los hombres, ni las columnas.” (Ars poetica, 372-3)
Empezaremos la semana con un Gil Bera. Ya me quedan pocos, ay ay. Habrá que ir a Narbarte a por provisiones... Ojo con el título de éste, no equivocarse. Y como siempre, leer despacio y releer varias veces para sacarle el jugo, mmmmm
¿QUEDAMOS?
La ilusión literaria de “quedar” mediante la edificación de poemas y columnas, ese delirio encarnizado de apilar palabras para que sostengan más rato un nombre, ¿de dónde habrá salido? El dios patrono de la manía es Hermes, que también inspira a ladrones, mentirosos, comerciantes, periodistas, literatos y agrimensores. Su nombre viene de herma, que es pilar de piedra en griego.
Que un pedrusco más o menos aparente pudiera ser promocionado a dios olímpico ha sido considerado estupefaciente por helenistas de talla. Pero se entiende más, si la piedra se pone en su contexto. El siglo pasado asistí a un deslinde de fincas que culminó con el levantamiento ceremonial de un mojón. Los propietarios llegaron cada uno desde su terreno, campo a través, como si no hubiera camino. Después de calcular la intersección de la línea de la peña de poniente con la del castaño de levante, señalaron el sitio, cavaron, y depositaron en lo más hondo unos trozos de teja —la teja es símbolo de propiedad desde los romanos— que llamaron “testigos”, cada colindante trajo los suyos. Por fin, plantaron el mojón. Una vez erigido el monumento, surgió el relajo, y los miembros de los dos bandos dejaron de cuidar qué terreno pisaban. Emprendieron todos juntos el regreso monte abajo. Entonces J., propietario rústico e inocente de letras desde su tierna infancia, declamó, en honor del artefacto que se quedaba solo, el verso mas antiguo de la humanidad, la madre de todas las metáforas y comparanzas: “¡Ahí está, que parece un hombre!”
Si el principio amojonante ya parece un hombre, como dijo el poeta, además uno fidedigno y constante, ya tiene el perfil requerido para ser un dios. Y no es raro que los textos más antiguos se confiaran a hombres de ese estilo, si acaso un poco más acicalados. En la civilizacion mesopotámica, donde primero se empleó la escritura, el soporte original eran hitos y estelas, que pasaron de señalar linderos, a describirlos; y de amenazar con maldiciones divinas a quienes los alterasen, a contener códigos hamurábicos. Los pilares de piedra se estilizaron, adquirieron todavía más traza humana, y enseguida acogieron las crónicas y anales inscritos que debían informar a la posteridad o a los dioses. La fórmula introductoria solía ser:
“Oh, estatua, a N. (tal dios, los tiempos venideros…) di cómo conquisté, puse en cultivo o edifiqué tal cosa.”
Se percibe el nacimiento en la misma pedrada de la prosa gubernamental y de los dietarios, progenitores de nuestro “Querido blog, dile al mundo que hoy la he visto y me ha mirado”.
La forma mojonera se ha mantenido a lo largo de los siglos. Entre la columna de Trajano y la de la Virgen del Pilar, entre un haiku y una entradilla, no hay diferencia esencial de formato. El género también dispone de mártires propios, los estilitas, aquellos columnistas que se subían a grandes pilares solitarios y permanecían en lo alto de su opinión como letras indecisas durante años.
Otros, más temerosos de la intemperie, pegaban sus papiros en los fustes de la columnata del foro, donde publicaban los versificadores del tiempo de Horacio:
“A los poetas no les permiten la mediocridad los dioses, ni los hombres, ni las columnas.” (Ars poetica, 372-3)