martes, 8 de julio de 2014

748. CHARLES BURNEY - VIAJE MUSICAL POR FRANCIA E ITALIA EN EL SIGLO XVIII



Como leo cada vez menos, aún no se me ha ocurrido sacar la sección de mis lecturas a un posible spyLIBROS, aunque sólo con pasar a limpio las reseñas que tengo almacenadas en cuadernos de cuando leía más, ya daría para otro blog. Por otro lado creo que cada vez escribo más zafio y peor, así que cuanto menos escriba, menos daño le haré a la lengua y al conocimiento. Pero bueno, alguna cosilla, cuando menos, tendría que decir de algunos de los libros que pasan por mis manos y consigo leer enteros, como este de Charles Burney que descubrí gracias a la reseña, cómo no, de Javier Fernández de Castro. Me extrañó (e indignó) que ELPAIS, siendo el dueño del Boomerang, no pasara al periódico su reseña y publicara semanas después una de calidad bastante inferior. Seguro que es por alguna política editorial que condena a los mejores al ostracismo de la red.  Pero en fin, hablemos mejor del libro. O de la reseña de Javier. Una reseña es cosa breve y sintética pero aún así echo en falta en la suya alguna alusión a los momentos más emocionantes del viaje, como el encuentro con Voltaire en su casa cercana a Ginebra, o con Rousseau en París después de su exilio británico. Y en el plano musical, cuando ve a Mozart  en Bolonia asistiendo al mismo concierto que él (!!!). "El muchacho ha crecido mucho, pero sigue siendo bajito" nos dice, porque ya le había visto en Londres hace algunos años. Como esa coincidencia se produce el 30 de agosto de 1770, Mozart ya debía de haber escuchado el Miserere de Allegri (que solo se cantaba en Semana Santa) y haberlo transcrito con una sola audición, aunque lo curioso del caso es que el propio Burney lo publicó en 1771 a su vuelta a Londres (cosa que he sabido por la entrada del Miserere de Allegri en la wiki). ¿Se lo copió a Mozart o se lo sacó a alguno de los directores de la Biblioteca Vaticana? No lo dice en los diarios del viaje el pillo de él. 

La otra cosa que me apetece comentar y que he intentado sin éxito dejar escrito en los comentarios del blog de Fernández de Castro (eso de los comentarios en los blogs no deja de ser una memez) es que el relato de Burney, tan paralelo al de Casanova en muchos aspectos, carece tan radicalmente de lances sexuales o amorosos, que podría ser el perfecto ejemplo de aquel jocoso dicho: ¿Sex? no, thanks, I'm english, ja ja ja. Hombre por dios, el libro es una maravilla, pero es imperdonable que en cuatrocientas noventa y cuatro páginas no haya ni una sola alusión al divertimento u ocupación más apasionante de la humanidad. Mucho más apasionante que la música, por maravillosa que esta sea. Alguna alusión velada a estos asuntos podría encontrarse en su admiración hacia alguna pintura que ve en Nápoles, como esta representación de Rinaldo y Armida hecha por Annibale Carracci, que obviamente, en su libro no consta y que con el texto nada sugiere, pero que gracias a la maravilla de internet podemos ver de inmediato tras una sencilla búsqueda de google. 


Con eso mato dos pájaros de un tiro, porque alguna vez dije en este blog que también iba a poner pintura. Aunque lo que en verdad vengo a decir con todo esto es que cualquier lectura que hagamos en estos tiempos no será de estos tiempos si no hacemos de vez en cuando una visita el ordenador para ilustrarla convenientemente. Y con eso, claro está, las lecturas se alargan y alargan semanas y meses, como me ha pasado a mí con el entretenido libro de Burney.

Por cierto, antes de cerrar, me gustaría mandarle un abrazo y un agradecimiento al editor de Acantilado, Jaume Vallcorba, sobre todo después de que un amigo me dijera hace unas semanas que anda con una de esas enfermedades que apuntan hacia el fin. Tuve la suerte de que me lo presentara hace años en Barcelona otro amigo cuando tomábamos un café en una terraza de la parte alta de Balmes y pasara el buen hombre por allí. Fue un saludo breve, pero tan emotivo para mí como pudieron ser para Burney tantos encuentros maravillosos como tuvo en su viaje.

Y puestos a dar abrazos, otro a Carlos Andrés, el traductor y anotador, cuyo saber musical me deja más exhausto que las más exigentes pruebas deportivas.