martes, 15 de marzo de 2011

200. LEPANTO ES NAFPAKTO

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Hoy ni hace falta coger el sPyPnic para llegarnos hasta otro famosísimo escenario bélico, el de la Batalla de Lepanto. Estando en el paso de las Termópilas como estábamos casi lo podemos hacer andando. Tan sólo ochenta kilómetros en línea recta separan uno y otro lugar: en anaranjado, el paso, en amarillo, el pueblecito de Lepanto, que en griego se dice Nafpakto.

La distancia es mucho mayor en tiempo que en espacio. Desde la Batalla de las Termópilas, 480 aC, a la de Lepanto, 7 de octubre de 1571, hay nada menos que 2.051 años de distancia. Hay que ver qué constancia de los hombres en eso de matarse. Yo tenía idea de que Lepanto estaba por allí por el Adriático pero no me imaginaba lo recóndito del lugar, allí metido en el largo paso de Corinto por encima del Peloponeso. Pongo una perspectiva más lejana para situarnos mejor.



Y ahora sí, con los motores del sPyPnic en retropropulsión descendemos sobre ese brazo de mar para verlo más de cerca y apreciar la presencia de un pequeñito arco en la parte superior donde está enclavado el pueblo que da nombre a tan glorioso lugar:



Llama la atención la rayita que hay en la entrada izquierda de la larga bahía. Nos acercamos con el sPyPnic giramos nuestra posición y vemos que se trata de un puente colgante que es seguro que no vieron las huestes de don Juan de Austria.



Picados de la curiosidad nos acercamos hasta Nafpaktos para ver su puertecito pueblerino:



y sintiéndolo mucho, le decimos adiós y nos vamos a las imágenes de la época, mucho menos realistas pero mucho más emocionantes. En esta primera, vemos a las flotas turca y cristianas en formación:



Y en esta otra, la terrible refriega:



La historia de lo que allí pasó está contada con todo lujo de detalles en la wiki. Tanto detalle, digo yo, que abruma un poco meterse en la página. Vale, les ganamos a los turcos, Cervantes estaba allí y perdió un brazo. Y luego con la mano que le quedaba escribió aquella frase tan bonita en que la definía como "la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros". Todo un periodista este alcalaíno.

Y ahora las risas. ¿Que por qué me he ido hasta Lepanto en esta tarde primaveral tan lluviosa? Nada que ver con estar por allí cerca, ni con mi poca afición a las batallas, sino porque unos meses después de tan notable éxito de la Cristiandad, Montaigne escribía sus dudas de que hubiéramos ganado por intervención divina y estar en el lado de los buenos. En esto de la guerra otras veces Dios nos las ha jugado buenas -comentaba con ironía ese precursor gascón del columnismo periodístico (cap XXXI de los Ensayos: Hay que dedicarse poco a juzgar las reglas divinas).
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