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Tiene narices lo de redescubrir ahora la música española más rancia de todos los tiempos, es decir, la zarzuela. Tiene las narices de... Albert Boadella. Unas buenas narices. Y es que, en la música, por muy mala que sea, nunca todo es malo. Y en aquella música que aún estaba cerca de la gran música (la de los clásicos y románticos) tenía que haber mucho de bueno.
Tirando del hilo de una siniestra noticia del presente nacionalismo catalán, la de que los restos del gran compositor Amadeu Vives podían ir a la fosa común porque el Ayuntamiento de su pueblo no quería correr con los gastos del mantenimiento de su tumba porque aquello de su triunfo inapelable en Madrid a comienzos del s. XX, Boadella investiga en la vida de este curioso compositor y descubre cosas muy interesantes. Y entre ellas, como no, grandes momentos musicales, bien populares o bien... musicales sin apellido que valga.
Ver una zarzuela entera en el teatro tiene que ser insufrible (¡ya lo era tocar ciertos fragmentos en la Banda de Música!) pero ver bien hilvanados una serie de momentos musicales extraídos de la zarzuelas de Vives, es cosa muy distinta. Y ese es el gran logro de esta obra que hoy mismo ha cerrado sus representaciones tal y como denunciaba ayer Arcadi Espada en sus diarios: Por el humo se sabe...
A mi, que no me gusta mucho el teatro (más bien nada), me chirrió un poco el comienzo tan elemental de la obra, pero en cuanto se fue haciendo más compleja y musical me olvidé de que estaba en el teatro y empecé a acordarme de la cantidad de emociones que toda esa música había suscitado siempre en mi madre. Y empecé a maldecir mi ignorancia, o mejor dicho, a agradecer a Boadella que me sacara de ella.
Si se logra el milagro de que se vuelva a representar en provincias, hay que ir a verla. Y en todo caso, seguir por cuenta propia la senda abierta por Boadella en esta obra. Seguir siempre la senda de la música y de la inteligencia... Y si se quiere tener algún éxito, la del buen olfato. Porque, claro está, cierto público que seguramente sólo se encuentra hoy en Madrid, aplaudía con ganas.
Incluso escuchando, por supuesto, emotivas canciones como esta:
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Tiene narices lo de redescubrir ahora la música española más rancia de todos los tiempos, es decir, la zarzuela. Tiene las narices de... Albert Boadella. Unas buenas narices. Y es que, en la música, por muy mala que sea, nunca todo es malo. Y en aquella música que aún estaba cerca de la gran música (la de los clásicos y románticos) tenía que haber mucho de bueno.
Tirando del hilo de una siniestra noticia del presente nacionalismo catalán, la de que los restos del gran compositor Amadeu Vives podían ir a la fosa común porque el Ayuntamiento de su pueblo no quería correr con los gastos del mantenimiento de su tumba porque aquello de su triunfo inapelable en Madrid a comienzos del s. XX, Boadella investiga en la vida de este curioso compositor y descubre cosas muy interesantes. Y entre ellas, como no, grandes momentos musicales, bien populares o bien... musicales sin apellido que valga.
Ver una zarzuela entera en el teatro tiene que ser insufrible (¡ya lo era tocar ciertos fragmentos en la Banda de Música!) pero ver bien hilvanados una serie de momentos musicales extraídos de la zarzuelas de Vives, es cosa muy distinta. Y ese es el gran logro de esta obra que hoy mismo ha cerrado sus representaciones tal y como denunciaba ayer Arcadi Espada en sus diarios: Por el humo se sabe...
A mi, que no me gusta mucho el teatro (más bien nada), me chirrió un poco el comienzo tan elemental de la obra, pero en cuanto se fue haciendo más compleja y musical me olvidé de que estaba en el teatro y empecé a acordarme de la cantidad de emociones que toda esa música había suscitado siempre en mi madre. Y empecé a maldecir mi ignorancia, o mejor dicho, a agradecer a Boadella que me sacara de ella.
Si se logra el milagro de que se vuelva a representar en provincias, hay que ir a verla. Y en todo caso, seguir por cuenta propia la senda abierta por Boadella en esta obra. Seguir siempre la senda de la música y de la inteligencia... Y si se quiere tener algún éxito, la del buen olfato. Porque, claro está, cierto público que seguramente sólo se encuentra hoy en Madrid, aplaudía con ganas.
Incluso escuchando, por supuesto, emotivas canciones como esta:
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