No sé si vamos a caber todos hoy en el sPyPnic. Ayer vinisteis más de ochenta. Voy a tener que poner más asientos, caramba. Sobre todo, porque el viaje de hoy es tan, tan hermoso, que no me importa que traigáis amigos, parientes e invitados. Nos vamos a un lugar sagrado. A uno de esos sitios donde se debe ir en navidades, a uno de esos pesebres donde ha nacido Dios. Seguramente tendréis el ordenador lleno de esa basurilla de felicitaciones navideñas que la gente se afana en hacer y mandar en este tiempo. Dejadla fuera del sPyPnic, por favor, nada de equipaje que bastantes estamos, y leed tan solo este cuento, esta felicitación navideña que os mando, esta historia que, como no podía ser de otro modo, me ha llegado de CASA EDUARDO:
click aquí. (Lo he copiado y pegado al final de este post que nunca se sabe lo que pasa con los blogs de marcas importantes).
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Cuando organizaba yo viajes para los desagradecidos arquitectos (¿o desgraciados?), Isabel Tobalina, mi agente de viajes Ecuador, me decía que ya podía yo dejar mi trabajo y dedicarme a esto. Pero mi secreto es muy sencillo: no hay más que hacerse con buenas guías de viaje. ¿A que después de haber leído esta historia tenéis las mismas ganas que los Apóstoles de dejarlo todo y seguirme? Pues vamos para allá. Vámonos a celebrar esta navidad allí, a ese campo entre Mesen y Nieuwkapelle que he puesto ahí arriba.
Para los viajeros que quieren un poco más de orientación os paso este otro mapa para que sepáis que vamos al sur de Bélgica, entre el mar y la frontera con Francia. Aquí os pongo la misma foto aérea de antes pero con las ciudades cercanas. Me gusta que la gente que viaja conmigo se oriente.
Según bajamos nos damos cuenta que Mesen y Nieuwkapelle son dos pueblecitos minúsculos y que más o menos a mitad de camino entre uno y otro hay un núcleo urbano bastante mayor llamado Ypres que no aparece citado en la historia. Se ve que a Dios no le gustan los sitios donde se acumula mucha gente... (...y miro de reojo a lo numeroso del pasaje hoy, ay ay).
Vamos a hacer una pasada a ras de suelo con el sPypnic de norte a sur, desde Mesen hasta Nieuwkapelle para ver donde puede estar nuestro portal de belén de este año (como hay que clickarlas para verlas en grande os las pongo al revés de como sería lógico de ver en una imagen fija, es decir, primero Mesen abajo e Ypres encima, y luego, Ypres debajo y Nieuwkapelle encima con el mar al fondo):
Vaya campo más anodino, y parcelario más atomizado y laberíntico. Más plano que la palma de la mano (que nunca ha sido plana). No veo rastro de trincheras ni parece que haya memorial alguno, ni filas de peregrinos por ninguna parte.
Pero en la nave del sPyPnic, donde todos han leído la historia contada por Eduardo, hay un silencio que corta el aire, una emoción que sobrecoge. Volamos territorio sacro.
Mejor no aterrizamos. Voy a dar dos pasadas más y nos volvemos a casa. Sobrecogidos. Y en silencio. Otro año que ha nacido Dios en la Tierra.
(¡y otro año que el sPyPnic va allí!)
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Trincheras en Navidad
La crónica apareció en el británico North Mail
el 9 de enero de 1915. La firmaba el cabo Heath, de quien nunca más se
supo. Es una de la muchas descripciones del acontecimiento que pasó a la
historia como “Paz de Navidad”, cuando en un tramo de casi treinta
kilómetros de trincheras en el frente occidental, entre las localidades
belgas de Mesen y Nieuwkapelle, los soldados dejaron espontáneamente las
armas y celebraron juntos la Navidad, en medio de la guerra.
Al
anochecer del día 24 de diciembre de 1914, el cabo Heath hubiera
querido, como todos, estar lejos de las trincheras, en casa, donde ahora
encenderían las luces en las habitaciones bien caldeadas, mientras
reflexionaba con tristeza que precisamente estaba en las trincheras a
oscuras, por defender aquellos lejanos hogares iluminados y calientes.
Las
trincheras estaban tendidas en algunos puntos a escasos veinte metros
del enemigo y se podía oir el chapoteo de sus botas. Entonces se
encendió una luz en la trinchera alemana, luego otra y otra. Y se oyó
una voz alemana, sonaba tan cerca que el cabo Heath se dispuso a
disparar. “English soldier”, decía, “English soldier, a merry Christmas,
a merry Christmas”. Los ingleses callaban. Y algo pasó que desbordó al
miedo y la desconfianza. Se empezaron a oír respuestas inglesas a las
felicitaciones alemanas. Heath vio con asombro a los alemanes fuera de
su trinchera y caminando hacia ellos, hasta pararse en tierra de nadie.
Los británicos dudaban. Los alemanes, no. Hasta que, como escribe Heath,
no quisieron quedar como cobardes, salieron a su encuentro, y les
estrecharon las manos. Comenzaron a hablar y la desconfianza seguía
entre ellos, unos y otros vigilaban para que nadie asomara a la
trinchera contraria. Con todo, intercambiaron cigarrillos y direcciones.
Los británicos invitaron a Christmas Pudding, y dice Heath que “tras el
primer bocado, nos hicimos amigos para siempre”.
El
ambiente llegó a tal punto de distensión que, en las afueras de
Fromelles, se celebró una función religiosa donde la muchachada entonó
el Salmo 23 “El Señor es mi pastor” en inglés y alemán. Aparecieron
viejos conocidos, un alemán se encontró con su patrono inglés para el
que trabajó como cocinero antes de la guerra. Hasta se organizó un
partido de fútbol entre sajones y escoceses en un tramo donde la
separación entre trincheras lo permitía.
¿Dónde
habría parado todo aquello, si a los soldados les hubiera dado por
seguir dándole al pudín, a los cigarrilos y al fútbol en vez de matarse?
Entre los oficiales cundió la preocupación. Hubo tramos donde la paz
empezó a durar demasiado, incluso llegó a enero. Y se tomaron medidas
disciplinarias. Había que seguir la guerra. Cierto que, al principio,
hubo soldados que no reaccionaban a las órdenes de abrir fuego, pero fue
una resistencia efímera. Dice Heath, en la última noticia que tenemos
de él, que aún sonaban cánticos navideños en las trincheras alemanas
cuando, de repente, sonaron de nuevo los disparos y se pasó a la
normalidad, donde solo se oían los gritos de los heridos. Había mucha
tarea pendiente, aún les faltaban casi cuatro años para alcanzar
los diez millones de muertos. En aquella Navidad de 1914, aún no
llegaban al medio millón.