.
No todo fue oro en torno al momento en que descubrí al señor Eduardo y lo puse en el Archipiélago. Repaso lo que ocurrió poco antes de las navidades del 2002 y me embarga una pena inmensa: la pena que suelo experimentar cuando me da por ver mi orgullo de artista en danza.
Mi deuda con Archipiélago es enorme pues viví entre sus páginas días muy felices durante la década de los noventa. El director fue tan generoso conmigo que desde el primer momento me colocó en un sillón, rodeado de un santoral que ni imaginarme hubiera podido. Y a pesar de los días aciagos de aquel final del 2002 ni me quitó el sitio.
Voy a contarlo un poco, pero sólo lo suficiente para conjurarlo y poder olvidarlo. Llegando al dos mil, yo dejé de creer en el papel impreso. Creo que la fe se me fue por dos razones que sucedieron casi a la vez: porque vi lo difícil que era publicar un libro, y porque llegaba internet. En cuanto empecé a entrar en contacto con los editores, me recordaron mucho a los promotores de edificios que conocí en mi corta carrera de arquitecto liberal. Gente que va a por la pasta aprovechándose de nuestras mejores aspiraciones. Una casa. Un libro. Archipiélago no eran libros, no eran editores, pero era papel. El artículo RETRATO DE UN ARTISTA que puse ayer aquí, lo mandé a la revista a finales del 2001 y tardó un año en salir publicado. Y encima me corrigieron algunas frases malsonantes que yo empezaba a meter desvergonzadamente en mis escritos adelantándome a la jerga bloggera. Reaccioné con un escrito infantil de enfado que ahora me da vergüenza releer, y ya no volví a enviarles más cosas.
Archipiélago aún vivió siete años más y falleció tan calladamente hace un par de años que ni siquiera tuve que pensar en ir al funeral.
Voy a tratar de olvidar mi pena recordando la palabra con que me recibió su director: bienvenido a este RETORTERO, -recuerdo que me dijo. En aquel entonces yo pensé que "retortero" significaba algo así como cazuela, rinconcito, crisol o albergue de descarriados, pero luego descubrí que significaba pequeño desorden, caos y confusión doméstica. Jugaba yo con las palabras y no siempre las entendía. Como ahora, más o menos.
Pero quedan las historias, mis historias, y los nombres de los lugares en que he estado, palabras que permanecen y que vale la pena contemplar de vez en cuando desde lo efímero y nimio de este blog. Y decir: Archipiélago. Decir: retortero.
.
.
No todo fue oro en torno al momento en que descubrí al señor Eduardo y lo puse en el Archipiélago. Repaso lo que ocurrió poco antes de las navidades del 2002 y me embarga una pena inmensa: la pena que suelo experimentar cuando me da por ver mi orgullo de artista en danza.
Mi deuda con Archipiélago es enorme pues viví entre sus páginas días muy felices durante la década de los noventa. El director fue tan generoso conmigo que desde el primer momento me colocó en un sillón, rodeado de un santoral que ni imaginarme hubiera podido. Y a pesar de los días aciagos de aquel final del 2002 ni me quitó el sitio.
Voy a contarlo un poco, pero sólo lo suficiente para conjurarlo y poder olvidarlo. Llegando al dos mil, yo dejé de creer en el papel impreso. Creo que la fe se me fue por dos razones que sucedieron casi a la vez: porque vi lo difícil que era publicar un libro, y porque llegaba internet. En cuanto empecé a entrar en contacto con los editores, me recordaron mucho a los promotores de edificios que conocí en mi corta carrera de arquitecto liberal. Gente que va a por la pasta aprovechándose de nuestras mejores aspiraciones. Una casa. Un libro. Archipiélago no eran libros, no eran editores, pero era papel. El artículo RETRATO DE UN ARTISTA que puse ayer aquí, lo mandé a la revista a finales del 2001 y tardó un año en salir publicado. Y encima me corrigieron algunas frases malsonantes que yo empezaba a meter desvergonzadamente en mis escritos adelantándome a la jerga bloggera. Reaccioné con un escrito infantil de enfado que ahora me da vergüenza releer, y ya no volví a enviarles más cosas.
Archipiélago aún vivió siete años más y falleció tan calladamente hace un par de años que ni siquiera tuve que pensar en ir al funeral.
Voy a tratar de olvidar mi pena recordando la palabra con que me recibió su director: bienvenido a este RETORTERO, -recuerdo que me dijo. En aquel entonces yo pensé que "retortero" significaba algo así como cazuela, rinconcito, crisol o albergue de descarriados, pero luego descubrí que significaba pequeño desorden, caos y confusión doméstica. Jugaba yo con las palabras y no siempre las entendía. Como ahora, más o menos.
Pero quedan las historias, mis historias, y los nombres de los lugares en que he estado, palabras que permanecen y que vale la pena contemplar de vez en cuando desde lo efímero y nimio de este blog. Y decir: Archipiélago. Decir: retortero.
.
.