Tintín me llegó tarde. Los pocos cómics de mi infancia y los casi nulos de mi adolescencia fueron del Capitán Trueno y Hazañas Bélicas, es decir, los que en diseño gráfico se entienden como de línea sucia. La línea clara de Tintín fue todo un descubrimiento para mí cuando inicié la madurez en un despacho compartido con el diseñador gráfico Jorge Elías. Un tipo de dibujo que los arquitectos deberíamos de haber aprendido en primero de carrera, y no el de estatua al carboncillo o el de aguadas expresivas a la acuarela
El año pasado llegó Tintín al cine de la mano de Steven Spielberg y Peter Jackson, y para mí que lo hizo de la peor forma posible, es decir, de la manera más barroca y compleja. Tres minutos de la película de Spielberg te dejan completamente nockeado de imágenes y movimiento, así que si para ver WALL-E dije que necesitamos tres sesiones, para ver a LAS AVENTURAS DE TINTIN vamos a necesitar por lo menos diez. Ayer vimos de un tirón casi la primera hora de las dos que tiene, pero a los cinco minutos, solo con la riqueza visual de las imágenes de la compra de la maqueta del barco, ya me quedé agotado.
Supongo que habrá que ser niño para verla toda de un tirón, pero eso, obviamente, me está prohibido. Como, por lo general, el barroquismo y las aventuras detectivescas.
Con todo, los muñecos-personas de este tipo de cine animado tienen la misma limpieza que la línea clara del diseño gráfico en Tintín. Ahí sí que el gusto de cómic y peli van de la mano. Y que son de ver y disfrutar.