El gran Grandez (Jesús Martínez Rández, en el centro de la foto), mi viejo profesor de dulzaina (ese instrumento popular tan estridente), solía contar que, en cierta ocasión, tocando las dianas matinales en las fiestas de un pueblo, se le acercó un tipo con resaca del día anterior para pedirle que por favor tocasen más bajito, que le dolía la cabeza. Rández le enseñó con sorna la ruda boquilla de la dulzaina y le dijo: mira majo, esto no es como la televisión, que tiene un mando para subir o bajar el volumen. Si soplas y le das presión, suena, y si no hay aire ni presión, la dulzaina no suena.
Por fortuna eso no pasa con la voz humana, que puede ir desde el susurro al grito, aunque por lo que últimamente se ve alrededor, me da que a la gente le está enseñando a hablar algún profesor de dulzaina. Vale que las madres les griten a los niños porque no les hacen más que trastadas, y que de esa guisa los niños salgan gritones. O que los maestros griten en clase para hacerse oír, y que los adolescentes salgan de clase como si les hubiera mordido un perro. Pero en algún momento de su vida (pongamos que con el bachillerato) alguien debería enseñarles que la voz es como la televisión, y que hay que ponerla justo al volumen para que te pueda oír la persona a la que te diriges y no la que está un metro más allá.
¿Será cosa también el inventar un medidor de alcance de la voz y hacer pruebas, a ver si así se aprende a hablar al volumen adecuado? Porque ¿cómo hacer saber si no a los que van por la calle hablando a voz en grito, o a los que están en la mesa de al lado en el restaurante como si estuvieran echando un mitín, que sus conversaciones no te interesan lo más mínimo y te molestan una barbaridad? ¿Se puede inventar un sencillo aparato para eso? ¿o un signo universal como sacar una tarjeta amarilla, agitar un pañuelo, o algo? Y ya no digamos lo que pasa en los centros de trabajo donde has de compartir espacio y necesitas cierta concentración. No es por dar ideas (que de gratis nada), pero lo mismo arreglando el asunto del volumen de la voz, aumenta la productividad, y resolvemos la crisis. Toma nota Rajoy.