lunes, 4 de junio de 2012

409. SECRETOS DE UN MATRIMONIO



Acabamos de ver la famosa película de Bergman, SECRETOS DE UN MATRIMONIO (1973), y digo bien, acabamos, porque es un triunfo llegar hasta el final, sobre todo si la ves en versión original en sueco con subtítulos en español pues te pasas la película leyendo sin parar. Hay que ver lo tontos que son los fundamentalistas progres que defienden el cine en VO, porque hay películas que acaban por convertirse en novelones. Como esta. De ahí que decidiéramos verla por capítulos, o sea, en dos partes.

Yo no tenía un buen recuerdo de cuando la vimos en el cine por primera vez y eso que en aquella época yo era progre y todo progre que se preciara tenía que adorar el cine de Bergman. Supuse cuando la vi, que todavía no tenía yo la suficiente preparación matrimonial para entenderla. Pero treinta y pico años después ese argumento no me valía, y como la colgaron los amigos de Arsenevich, me dije: "a ver ahora".

La primera hora y cuarto que duró nuestro primer capítulo me dejó impresionado. Sí, era ello: debía de ser lo de mi falta de experiencia, porque las cuatro larguísimas escenas de esa primera hora y cuarto son excepcionales: 1) el reportaje a la pareja feliz, 2) la cena con el matrimonio que ya se odian, 3) el collage de escenas domésticas que anuncian que en la pareja feliz falla algo y 4) la presentación del drama del fin del matrimonio. Y si no son excepcionales lo mismo me da. Será que ahora, con la experiencia, ya las entiendo y celebro, así que, a dormir, y mañana más

Segunda parte, o sea, desde 1 hora 15 m hasta las 2h 45 min que dura (!): mucha expectación por lo bien que había ido la primera parte, y..., ay, ay, decepción. A partir de la estupenda escena en la que él le anuncia que se ha enamorado de una jovencita y que adiós, pues adiós película también: el guión se atasca en las idas y venidas de la pareja, es decir, en las dudas sobre la ruptura o el retorno al matrimonio, y ya no sale de ahí hasta que a Bergman le dio por poner FIN y se apiadó del espectador. Porque yo pensaba que no iba a acabar nunca.

En toda esta segunda parte el único consuelo es seguir viendo a LIV ULLMAN,  lo mismo si va de tierna que de triste; si se enfada como si va con gafas. No diré que llena la pantalla porque el encargado de hacerlo en este caso es el director, que abusó tanto de los primeros planos que parece que la estuviera pensando para la televisión.


Lo dicho: la primera parte es un peliculón. La segunda es un tostón que solo tiene perdón por seguir viendo a Liv.