Después de ver la terrible BOYS DON'T CRY nos merecíamos contemplar el mundo trans-sexual de una manera un poco más frívola, y PRISCILLA, QUEEN OF DESERT (1993) lo ofrece; aunque también es verdad que el tema del sexo en general, es tan serio, tan importante, que el abordaje desde la frivolidad te puede causar tanto desasosiego como el de la tragedia. Quizás no cuando lo ves, pero sí después, cuando piensas que detrás de tanta pluma, colorido, risa y transgresión visual, no hay apenas contenido. O aún peor, cuando los contenidos son del tipo de condescendencias hacia lo políticamente correcto (felicidad en el encuentro de los transexuales con los maoríes (?)), críticas de cómic al mundo vasto y bruto de lo rural, etc, o del tipo rayano en lo inverosimil o lo cursi: esposa cachonda de uno de los transexuales o niño maravilloso que es más tolerante que los mayores. No todo vale en la comedia. Ni en la frivolidad.
Lo mejor por lo tanto, es todo lo que tiene que ver con la plástica, con la creatividad sobre el cuerpo humano y con la ambientación en el desierto australiano. Que es muchísimo.
El juego de cambio de género, tan habitual en el Carnaval, tiene en la vida real connotaciones mucho más importantes como para dejarlas en algunos diálogos de videoclip que pretenden hacer pasar la película como una road movie (?), pero hay que reconocer que también da pié a exhibiciones de interpretación tan espectaculares como las que realizan los tres geniales protagonistas: Terence Stamp, Hugo Weaving y Guy Pearce.
Tras una pequeña investigación internetera resulta que el único que va por la otra acera en esta película es el director, un tal STEPHAN ELLIOT, australiano él, que después de este crack de taquilla no parece que hiciera mayores méritos. Desde luego que aparte del atrezzo y el escenario, no apuntaba muy allá.