Que doscientos alcaldes independentistas hayan cogido un avión para irse a Bruselas única y exclusivamente a hacerse una foto sólo tiene una explicación: que esta guerra va de fotos. Y el que se haga mejores fotos gana. De haber apuestas, yo pondría mi pasta por el independentismo, porque posan mucho más y mejor.
En estos tiempos, fotos hace cualquiera, así que la clave está en posar. Posar mucho. Posar y posar. En 1989 Ignacio Gómez de Liaño publicó La Mentira Social, libro que analiza el poder que las imágenes, mitos y ficciones adquieren en la vida social de los individuos.
Y es que la convergencia entre política y espectáculo que se va logrando a través de las imágenes, según Liaño, tiene una potencia de alteración (o sobre todo de construcción) de las conciencias muy superior a cualquier discurso de la razón.
Le queda uno la duda de si esa guerra no acabará como todas las guerras, es decir, con montañas de muertes y desolación (con fotos incluidas, por supuesto). Dicho de otro modo: le queda a uno la duda de si la invocación a coger las hoces para matar al enemigo no fuera más que una canción para salir de excursión al monte.
Porque no de otro modo se puede entender que ir a la cárcel sea motivo de saludar al público con alegría, echar besos y dar palmas.
Los medios de comunicación están encantados con los independentistas porque todas, todas las cadenas, incluso las pocas emisoras críticas con el independentismo, no hacen sino dar imágenes de los independentistas.
Y si la foto no es de Rufián, entonces es de Pablo Iglesias apoyando a los independentistas, porque los medios, todos los medios que producen imágenes, están deseando ver a Pablo Iglesias para hacerle fotos (diga lo que diga Pablo Iglesias, que eso le trae sin cuidado a todo el mundo) y él está allí posando encantado para ellos.
¿Qué podemos hacer con todo este material bélico?
Como no verlo es imposible, quizás lo más sensato sea coleccionarlo: como los niños con los soldaditos de plomo o los carros de combate.
La única forma de salvaguardar nuestra conciencia que se me ocurre es deconstruir lo que nos está cayendo encima, lo que vemos cada día miremos donde miremos, y hacer con ello una colección de cromos.
Ahora bien, lo fundamental para este juego es fijar un límite en la colección. Yo he puesto aquí doce cromos. Admito que mi colección del PRUCÉS pudiera llegar hasta veinte, pero no más. También admito cambiar unos cromos por otros, pero no pasar de veinte. Eso podría empezar a alterar mi libre albedrío.