Dije en los propósitos de año nuevo que para dar un poco más de variedad a este blog (o sea, a mi vida espiritual) iba a incluir también pintura, pero sabéis que de buenos propósitos está empedrado el infierno (o empedrados los blogs). De todos modos aún no es tarde, y siempre se agradece que sea un tipo como Jünger quien haya venido a echarme una mano.
El 17 de mayo de 1939 escribe desde Kirchhorst que estuvo hablando con su hermano Friedrich George sobre el cuadro del Bosco "El hijo pródigo": "Cuando hace años fue subastado, contemplamos con detenimiento este cuadro, que ha dejado en nosotros una fuerte impresión. El hijo que tiene ya blancos los cabellos, al que le han arrebatado absolutamente todo, sus bienes, su cuerpo, su alma. Se ve claro que ya no llegará a su casa; en esto la dureza del pintor sobrepasa al texto de la Biblia. En el fondo del cuadro el ventorrillo, representado como una destartalada caseta de embaucadores e impostores; en la parte delantera del ventorrillo un borracho meando, mientras una puta deja colgar sus tetas por la ventana. Ya hace mucho que aquella gente se ha olvidado del hombre que allí dejó su herencia, su honor, su salud. El daño penetró hasta los tuétanos. Especialmente terrible resulta el que en este cuadro se concentre en la perspectiva de un único instante la totalidad de una vida equivocada. En la captación de esas cosas ningún otro arte llega a donde llega la pintura".
Al transcribir palabra por palabra las frases del traductor noto que hay fallos. También al ver el cuadro: no son las tetas de un puta lo que cuelgan por la ventana sino una prenda de ropa. Gracias a internet, la forma de leer ha mejorado muchísimo. Cuando leí esa página en 1990 no existía la facilidad de encontrar el cuadro en unos pocos segundos. Ni tampoco dar en menos de un minuto con el evangelio donde se cuenta la parábola del hijo pródigo: San Lucas 15, 11-33. Lo que sí hice fue subrayar las dos últimas frases porque me parece magistral la observación de que la pintura sea el arte que concentra en un instante la intensidad de una vida. O al revés: que en aquel mundo con tan pocas imágenes, un cuadro adquiriese tal relevancia.
Rembrandt sin embargo se concentró en el momento en que el padre recibe al hijo pródigo, el momento en el que siendo yo niño me sentía más cerca de los escribas y fariseos que del Padre.
¿Qué justicia es la divina si finalmente al calavera se le trata como al justo, si no mejor? -me preguntaba yo. Se hacía patente una doble cara o una contradicción en Dios: Al justiciero y terrible Ser Todopoderoso del Antiguo Testamento se oponía ahora un Dios mucho más light, un Dios Perdonador. No toda la vida puede concentrarse en una equivocación, diría Jünger. Claro que la del hijo pródigo no es una equivocación momentánea pues tiempo tuvo hasta que se le pusieron los cabellos blancos de darse cuenta de ella. Porque se le acabó la herencia, que si no todavía estaría dando tumbos por ahí...
Digo yo que Jesucristo con esa parábola en vez de enseñar una lección nos creó una duda: la de si es el Perdón la mayor de las Verdades.