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Decía el tío Félix hace unos años que en la actualidad los franceses y los alemanes han intercambiado sus papeles. Mientras que los primeros se han vuelto rígidos y disciplinados los segundos parecen haber descubierto la buena vida.
Alle Anderen es toda una prueba: con cuarenta años de retraso los alemanes se ponen ahora a hacer cine al estilo nouvelle vagué, y para darle sello de calidad le dan premio en el festival de Berlín.
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Como la nouvelle vagué tuvo un diez por ciento interesante y el resto fue una petardada, las posibilidades de las imitaciones caen del segundo bando. Y si encima la imitadora es del sexo débil recién llegada a la dirección del cine, pues las posibilidades de entrar en ese privilegiado diez por ciento aún son menores.
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Dos horas viendo las medias frases, las risitas, los toquiteos y folleteos de una pareja de treintañeros en fase de saber si están enamorados o no, de si van a vivir juntos o no, se hace muy aburrido, pero... menos da una piedra. El escenario, una casa de vacaciones en Cerdeña, es decir, Mediterraneo nouvelle vagué. Todo encaja. El protagonista, arquitecto: normal que su expresividad esté mucho más cerca de los Cascotes que de cualquier diálogo construido desde un buen guión. El tiene cara de ruso. Ella tiene un rostro o una expresión como de tener mucha más edad que la de su cuerpo. Lo más divertido del atrezzo son esos espantosos pantaloncitos rosas medio deportivos que lleva puestos ella a todas horas.
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Yo no se la aconsejaría a nadie. Ni siquiera para practicar alemán, porque las frases son tan sosas que hasta la grandeza de ese idioma aparece como disminuido.
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Pero en fin, como curiosidad, o como prueba de que es verdad lo que decía el tío Félix, puede valer.
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Decía el tío Félix hace unos años que en la actualidad los franceses y los alemanes han intercambiado sus papeles. Mientras que los primeros se han vuelto rígidos y disciplinados los segundos parecen haber descubierto la buena vida.
Alle Anderen es toda una prueba: con cuarenta años de retraso los alemanes se ponen ahora a hacer cine al estilo nouvelle vagué, y para darle sello de calidad le dan premio en el festival de Berlín.
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Como la nouvelle vagué tuvo un diez por ciento interesante y el resto fue una petardada, las posibilidades de las imitaciones caen del segundo bando. Y si encima la imitadora es del sexo débil recién llegada a la dirección del cine, pues las posibilidades de entrar en ese privilegiado diez por ciento aún son menores.
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Dos horas viendo las medias frases, las risitas, los toquiteos y folleteos de una pareja de treintañeros en fase de saber si están enamorados o no, de si van a vivir juntos o no, se hace muy aburrido, pero... menos da una piedra. El escenario, una casa de vacaciones en Cerdeña, es decir, Mediterraneo nouvelle vagué. Todo encaja. El protagonista, arquitecto: normal que su expresividad esté mucho más cerca de los Cascotes que de cualquier diálogo construido desde un buen guión. El tiene cara de ruso. Ella tiene un rostro o una expresión como de tener mucha más edad que la de su cuerpo. Lo más divertido del atrezzo son esos espantosos pantaloncitos rosas medio deportivos que lleva puestos ella a todas horas.
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Yo no se la aconsejaría a nadie. Ni siquiera para practicar alemán, porque las frases son tan sosas que hasta la grandeza de ese idioma aparece como disminuido.
Pero en fin, como curiosidad, o como prueba de que es verdad lo que decía el tío Félix, puede valer.