Sigo este verano pensando no sólo en "cómo se aprende" a dibujar sino sobre todo "para qué" sirve el dibujo y si en estos tiempos tiene algún sentido dibujar. El resultado de mis pesquisas y reflexiones debería de ponerlos en el blog PEQUEÑAS LECCIONES DE DISEÑO, como hice con el libro de Betty Edwards, pero como poner a parir un libro sobre el DIBUJO no me parece muy instructivo, pues dejo aquí un comentario de sus contenidos y de sus autores como recuerdo, y a otra cosa.
EL DIBUJO. BELLEZA, RAZÓN, ORDEN Y ARTIFICIO, publicado en 1992 no es realidad un libro sino un mamotreto de esos que te llevas después de ver una exposición sobre el "dibujo académico o de bellas artes" que se montó en el Palacio de Sastago de Zaragoza en aquel mismo año. Mamotreto por el que desfilan sesudísimos textos de los colaboradores y amigos de los comisarios de la exposición sin más orden y jerarquía que la "fama pedagógica" o importancia artística de sus personajes.
El más nombrado de todos, el infortunado catedrático de dibujo de la facultad de Bellas Artes de Madrid, Juan José Gómez Molina, abre fuego confesando que "el trabajo surgió de la necesidad de reconsiderar el papel de la Enseñanza del Dibujo", lo cual está muy bien si no fuera porque todo lo que sigue, bien suyo o de sus colegas, no tiene visos de reconsideración alguna, sino que todos los textos navegan por la misma pedantería en que se mueve el mundo del arte desde que éste se volvió tanto o más abstracto que el más abstracto de los pensamientos.
Dicho de otro modo. Desde hace varias generaciones, los licenciados de Bellas Artes salen de sus facultades sin saber dibujar, porque para hacer arte abstracto ya no hace falta saber dibujar. Y como desde hace ya un siglo la pintura se ha vuelto abstracta, pues los artistas creen que los discursos sobre el arte pueden volverse tan abstractos como la propia pintura, así que dale a la tecla y di lo que quieras que tanto da que da lo mismo. Albergaba uno la esperanza de que los artistas viejos que aún sabían dibujar pudieran decir alguna cosa con fundamento y que se entendiera, pero la esperanza se fue diluyendo según pasaba de un artista a otro.
Al pobre Juan José Gómez Molina le atropelló un coche en el 2007 cuando se fue vacaciones a su pueblo y allí se acabó su historia. Pero el espada número 2 de la exposición, el escultor canario Juan Bordes, se larga un rollo sobre las colecciones de láminas de anatomía que ha ido haciendo a lo largo de su vida, que no me extraña que haya acabado decorando las rotondas de Leganés.
Virgen del Carmen bendita! (ayer mismo). Si hay que aprender a dibujar de marafilla para hacer estos adefesios, mejor que la gente siga pintando con las manos por las paredes de las cuevas.
La presencia del superacadémico Antonio Bonet Correa en el equipo parecía darle consistencia a la línea media, pero no coloca más que un artículillo sobre el ornamento que no viene a cuento y en el que lo mejor dice es esto: "no quisiera convertir esta pequeña disertación acerca del ornamento en una sucesión de títulos bibliográficos". ¡Bingo!
Los artilugios para hacer trampa dibujando creo que llegaron en algún momento hasta la sala de exposiciones de la Escuela de Artes y Oficios de Logroño. Parecen como de un baratillo de antigüedades. David Hockney, en El Conocimiento Secreto parecía que iba a descubrirnos muchos misterios sobre el asunto, pero su libro es poco más que un álbum comentado de cuadros estupendísimos para pasar muy buenas tardes.
Lino Cabezas es un profesor de Bellas Artes de Barcelona y antes de la Escuela de Arquitectura, al que quieren mucho sus alumnos porque es simpático cercano y ocurrente. Dicen que explica muy clarito y que pone las cosas fáciles para aprobar. Es el encargado de comentar el paso de los artilugios del dibujo a los chismes fotográficos pero lo hace con más erudición que claridad, así que tampoco me ha servido gran cosa.
El también desaparecido historiador del Arte Alfonso Emilio Pérez Sanchez ofrece un trabajito de investigación sobre el uso de las estampitas como modelos para cuadros que está muy bien, pero que a quienes nos preguntamos por las razones del dibujo a finales del siglo XX nos sirve tanto menos que si nos hablara de la fisión nuclear.
Y no sigo, porque otro escribe sobre la enseñanza del dibujo en el siglo XVIII, otro sobre la creación de la Academia de San Luis, otro sobre la enseñanza de la fotografía en Zaragoza en el siglo XIX (!!!) y el último sobre las Escuelas de Artes y Oficios.
Un libro a mayor gloria de los escribidores y aburrimiento de lectores o, según se mire, de entretenimiento de aburridos. Tan crecidos se vieron los escribidores, que los mismos y unos pocos más (y algunos menos) publicaron en ediciones Cátedra tres años después otro mamotreto de sesudas reflexiones y documentadísimas ponencias que también tengo sobre la mesa y que miedo me da ponerme a leer, no sea que como a nuestro glorioso hidalgo se me vayan a secar los sesos. Se titula LECCIONES DE DIBUJO, y tiene muchas láminas, sí, pero los mismo tostones de textos.
Llevo tiempo oyendo a mi alrededor la cantinela de que los libros son buenos y que hay que leer libros, muchos libros. Pero lo mío debe de ser muy grave porque yo encuentro muchos más libros malos que buenos; libros que no nos ayudan a resolver nuestras preguntas; libros que aburren, que cuestan bastante dinero y ocupan mucho espacio.
Por decir algo que podría ir en las Pequeñas Lecciones, no seré yo por tanto quien diga que leáis libros mientras no tenga por seguro que son útiles y buenos.