Y como seguía vivo, el macho levantó el brazo de nuevo
No creo que en estos momentos haya nadie más incomprendido que Eduard Sola en España
Experimenté un grave desconcierto viendo un clip sobre la intervención del guionista charnego Eduard Sola —el de Casa en llamas— en los premios Goya. Con notable habilidad, y hastiado ya por el aguacero de lágrimas cursiwoke de la ceremonia, interpretó una parodia de aquel niño Marco de su infancia (No te vayas, mamá, no te alejes de mí), culminada con el descacharrante momento en que levantando el cabezón de su goya gritó Per tu, mama! en vernáculo, temiendo yo que en el éxtasis paródico no le diera con él en la cabeza. La escena cómica, y así lo probaban los planos del público, provocó una nueva riada de lágrimas entre las señoras y algún que otro deconstruido, que ahora es la forma correcta y contemporánea de llamarlos. Pero lo impresionante es que las lágrimas no eran de risa. No creo que en estos momentos haya nadie más incomprendido que Sola en España. En su discurso de agradecimiento del premio Gaudí ya se burló de los esplais, de los casals y de los tiets, todas esas palabras que ponen piel de gallina a un charna de veras. Pero como indica esta posterior aparición en la corrida goyesca —y cómo se corrían— su ambición va mucho más allá: Sola pretende erigirse en el modelo perfecto, acabado, del hombre deconstruido. Y esta parodia andante del llorón íntegro e integrado no podía haber elegido, ciertamente, otro escenario mejor para anunciarlo.
Yo le auguro a las parodias de Sola un largo y exitoso camino. Pero también sé que algún día habrán de acabar y me inquieta el momento. Estoy fiado, por ejemplo, de que Sola conoce el espectro de delirios que el secretario de Estado de Sanidad, Javier Padilla, publicó hace un par de días en forma de artículo periodístico en un psesudo medio. El deconstruido, negando cualquier influencia biológica, atribuye a la cultura de la llamada masculinidad tóxica el hecho de que los hombres se suiciden en una proporción tres veces mayor a la de las mujeres. Una vez me contaron de un andaluz que después de matar a tres se puso la pistola en la sien y disparó. Y como seguía vivo volvió a levantar el brazo, trató de que el cañón no encajara exactamente con el agujero de la sien y disparó de nuevo, esta vez con éxito rotundo. Y veo a Padilla, ante el cadáver, con un gesto de asco, meditando, hay que tener un par de huevos podridos para hacer eso.
Sé, repito, que Sola acabará algún día con un definitivo corte de mangas y lo veo desatado y me estremece la posibilidad de que chico tan ejemplar se quisiera quitar de en medio para que el sarcasmo sobre el deconstruido alcanzara así una dimensión terrible e inolvidable. No lo quiera dios. Más pedagógico sería que llevara la parodia hasta el mismísimo extremo y su último acto consistiera en suicidarse al saludable modo femenino, que cuando se trata de morir por propia mano suele ser solo un poco, solo asustaros, bobitos.